Adagio lento

Adagio lento

En la penumbra de la bodega se hace el vino despacio, como la música en un pentagrama dibujado con esmero.

Una mujer tañe su arpa. Tempos lentos, dramáticos silencios. Cada nota crea aroma, cada compás es cuerpo y audaces armonías dan vida y contrapunto al nuevo caldo.

Ella ama la música y a su tierra pedregosa. También su corazón se ha quebrado en la altura. No tiene partitura, la melodía surge con una cadencia indescifrable. De su ira nacen disonancias in crescendo. Salta una cuerda. Tras un rápido arpegio, el dorso de su mano recoge una lágrima. Su llanto es cántico arraigado en una tradición olvidada.

Ha bailado en clave de Sol, bajo tormentas de viola y contrabajos. Corrió contra huracanes de madera y metal. La persiguieron percusiones de piedras. Sus raíces quebraron la roca y fue racimo. Hoy es la canción de la tierra.

El primero en bajar los toscos escalones y probar el vino joven descubrirá un aroma a sonata, un estilo galante. Si sonríe, desde el rincón más umbrío brotará del arpa el aire tímido de una nueva tonada.

Después de un año casi sabático, a este Adagio lento se le concedió el segundo premio en el I Concurso Creativo Escuela de Violería de Zaragoza.

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