Cuando la lectura y la escritura dejan de ser un acto solitario
Hay quien se acerca a un libro como al mar, atraído por la espuma de las palabras. Disfruta de la lectura en soledad, retiene lo aprendido y lo cambia por otro.
Pero hay también quien, seducido por el ritmo de las olas y la cadencia de las mareas, se adentra en un océano y acaba siendo náufrago de la lectura. Es posible que escriba. Es posible que halle en su travesía seres semejantes, con escamas de letras y cabellos largos como párrafos, enamorados de frases que se enredan unas a otras.
Es entonces cuando la lectura y la escritura, compartidas, se transforman: los amantes entrelazan redes, navegan juntos cartografías submarinas, intercambian tesoros hallados entre selvas de corales, desentrañan mitologías acuáticas y, con trazos temblorosos, marcan en antiguas cartas náuticas puertos secretos. Se juramentan para futuros encuentros, atracados a refugio de nieblas y tormentas.
Al fondo de una sala donde los libros son protagonistas, hallamos una gruta iluminada por versos submarinos. Allí, los hechizados intercambiamos críticas o elogios y compartimos deslumbramientos. Recibimos de tanto en tanto la presencia de autores, libreros o editores, e intentamos descubrir sus trucos de papel y tinta. Aparecen, de cuando en cuando, los magos de la voz y la música con sus cuentos y cantos, leyendas y poemas: nos embarcan en veleros de papel y nos transportan a mundos imaginarios.
Pero no hay luz más hermosa, entonces, que la sonrisa cómplice al reconocer en el otro a un igual, otro malherido por las letras, traspasado por la belleza de la palabra escrita, dispuesto a compartirla.
Publicado en Canal-Literatura en 2014.
Fotografía de la exposición «Noche en la Ciudad» realizada en la Escuela de Artes de Zaragoza.
2 Comentarios
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