Diario de septiembre en bicicleta

1 de septiembre.

Se ha quedado un día precioso para la bici. Pero unos días de cierzo, las noches que alargan, las mañanas más frescas… Todo nos dice que se acabó agosto, y septiembre será o no tan verano como le apetezca. Hoy me he ido a buscar higos sin ortigas (de acequia, menos sabrosos) y he disfrutado del vuelo de tres calzadas. Me gusta imaginar que son una pareja acompañando en su vuelo a la cría, ya madura para dejar el nido. Será que en esas estamos.

Garzas, cernícalos, cigüeñas, la mariposa leve y una dama pelirroja que corre a ocultarse entre el maíz. Ah, no, que es una mazorca madura.

A la vuelta  aprieta el calor y entre la hierba segada cantan las cigarras.

5 de septiembre.

De la misma ramita

unas moras son miel y otras acíbar.

Lo mismo nos sucede

con la vida.

La tarde acorta y el sol se esconde ya tras el Moncayo. Anochece. Tengo que encender el pequeño faro de la bicicleta.

7 de septiembre

Hoy salgo en bicicleta con Pilar en el alma. Pilar, que se nos ha ido con la misma discreción con la que nos acompañaba.

Me estaba costando encontrar palabras que describieran lo ingrato que ha sido este prescidir de ti tan de repente; de tu compañía gentil y cariñosa, inteligente y discreta, dulce siempre… Pero creo que mis ojos hablan de ese sentimiento de pérdida que nos embarga a todos los que te queríamos: tierras ocres, espigas doradas, higos maduros y un cuervo que se recorta contra poniente en la rama más alta de un árbol seco. La almendra abierta. La grácil libélula.

Ayer te dije que me alegraba de verte. Hoy deseo que la tierra te sea leve, compañera, hermana, amiga.

15 de septiembre

Septiembre se dibuja en las granadas que cogen color, en los ocres de la yerba segada y las tierras labradas. Las cigüeñas, que buscan su comida en los campos que aún reciben riegos, alzan el vuelo al paso de mi bici. En el bosquecito el verde se mantiene sólo en los rincones más umbríos, pero hace falta que llueva. Aunque me parece que hay algo, una enfermedad, que ataca a los álamos negros, porque creo que no los he visto secarse tan pronto en el otoño. Primero fueron los olmos, luego los chopos…

21 de septiembre

Septiembre es un mes melancólico. Esta noche ha llovido, así que no he madrugado para llegar pedaleando, bien entrada la mañana, húmeda y bochornosa, al meandro de Villarroya. Vuelan gaviotas y cormoranes, duermen los patos y las garzas vigilan atentas la corriente, no les pase de largo alguna pieza río abajo. De pronto alzan el vuelo, con ese graznido desagradable suyo y se cambian, perezosas y pesadas, a la orilla de enfrente.

Es otoño.

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