La caja del legionario y Música de ópera (la última novela de Soledad Puértolas)
En 2010 acabé mi segunda novela, «La caja del legionario», y la presenté a un concurso con la sinopsis que aparece en su entrada correspondiente de esta web. Desde entonces sigo trabajándola y enviándola a otros certámenes literarios.
“En un tiempo gris, unas fotografías en blanco y negro, un tomate maduro, una vieja furgoneta y unos recortes de periódico pueden dar color a los recuerdos y construir una historia. La vida de una familia a lo largo de casi un siglo ayuda a pintar el lienzo que refleja los cambios sucedidos en una ciudad, en su entorno y en la mentalidad de sus habitantes.//En esta historia se mezclan la realidad y la ficción. La realidad puede surgir de lo vivido, de lo contado en una confidencia, de lo encontrado en viejos periódicos y de la investigación de ciertos sucesos en documentos públicos, pero se ve envuelta y transformada por la imaginación de quien la cuenta. Por ello hay nombres y sitios que son reales, otros inventados y algunos equívocos y, finalmente, lo de siempre: cualquier parecido de la realidad consigo misma es pura coincidencia. O no tanto, si quien escribe acaba confundiéndolo”.
La caja del legionario es una de las cajas que salen en la novela. Es de madera y guarda fotografías antiguas. En otra, de latón, un niño atesora trofeos que recogía en los paseos que daba con su abuelo por la orilla del Huerva, en la ciudad de Zaragoza. Además hay otras cajas, de cartón, que esconden cartas o en las que habitan gusanos de seda. Estas cajas se guardan en armarios o mesillas antiguas, de madera labrada. Buenos muebles de hermosos y señoriales pisos zaragozanos, de los mejores barrios de principios del siglo XX. Pisos en los que vivían las familias de la burguesía económica, industrial o política de la época. Los mismos pisos de la misma burguesía que retrata la zaragozana Soledad Puértolas en «Música de ópera», su última novela. Una obra que deleitará a cualquiera que conozca y admire a su autora. Ella es, no por nada, Académica de la Lengua. Y la abre con estas palabras:
“La mayor parte de las personas que han inspirado esta historia hace años que murieron.//De quienes aún viven, apenas tengo noticias.//Si alguno de estos personajes, vivos o muertos, llegara a leer este libro, bien podría decir que todo él es fruto de mi imaginación”.
En la familia protagonista de «Música de ópera», los Claramunt, fallece el padre nada más empezar el relato. En la de «La caja del legionario», los Poletti, es la madre quien muere. Los cónyuges supervivientes, Doña Elvira allí y Don Pascual aquí, serán los protagonistas de la primera generación. La sobrina huérfana de Doña Elvira, Valentina, lo será en la segunda parte de la novela de S. Puértolas, mientras que Carolina y Lola, hijas de Don Pascual, lo son en la mía. Y cerrará el siglo la tercera generación: Alba allá y Juan aquí. En ambas novelas, las vivencias de las tres generaciones nos mostrarán el paso del tiempo: los prolegómenos y la Guerra Civil tal y como se vivió en Zaragoza, el gris transcurrir de los cuarenta años de dictadura posteriores y, sobre todo, cómo se forjaron las vidas de sus protagonistas. Cómo se adaptaron y sobrevivieron al devenir del país, de las fortunas y las ideas. Cómo, a pesar de ello, el amor teñía de belleza unas vidas anodinas en las que se ocultaban deseos frustrados y ansias de libertad. Sueños que acababan recogidos en cartas y fotografías en ambas novelas, y éstas guardadas en cajas. Las mismas cajas de metal, madera o cartón.
Como ambas historias transcurren principalmente en la misma ciudad, Zaragoza (en Música… se deriva puntualmente la historia hacia Valencia, en La caja… hacia Madrid), y el mismo ambiente, los escenarios son los mismos: el Paseo, el Coso, la Plaza, Capitanía, los edificios del ensanche con sus inmensos patios interiores, aterrazados, ajardinados incluso. Las viviendas de verano (en el Parque Grande la de los Claramunt, en un pueblo cercano a Zaragoza la de los Poletti). Los locales de esparcimiento, como los cafés, el Casino Mercantil y las tabernas del Casco Viejo son los mismos, y la escena de la borrachera nocturna y el sereno se repiten de forma casi idéntica. Los objetos (las cajas, las cartas, el piano y la gramola, la jarra de limonada, los primeros vehículos particulares, los tranvías, los «recados de escribir», los muebles labrados, los radiadores de hierro, los miradores, los ascensores y las barandillas de las escaleras, los espejos a los que asomaba la herrumbre de la plata) son similares. Es como si uno de esos espejos se interpusiera entre ambos textos.
También los personajes se confunden: señoras que bordan o hacen ganchillo, jóvenes que aprenden a vivir su propia vida. Sirvientas con cofia y delantal blanco. Soldados que desaparecen o que se libran de la guerra. Secundarios (empleados, contables, capataces, ¿la costurera sería la misma, que pasaba una tarde en casa de los Claramunt y otra en la de los Poletti?) que rozan la categoría de personajes principales, porque, como dice Soledad, los secundarios dan el sentido de la realidad al relato. Recuerdos y memorias y la voz de dos narradores ajenos a las autoras, pero que se han impregnado de las mismas fuentes. Porque sus familias son la base de ambas fantasías, y esas familias eran de las que, en Zaragoza y en aquella época, se conocían entre sí. Podrían haber coincidido también en agosto en San Sebastián, o en los balnearios donde se reponían de los primeros achaques de la edad. Podían haber arreglado matrimonios entre ellas o haber visto cantar al Orfeón Zaragozano en palcos contiguos. Y, por supuesto, se saludarían entre sí en las fiestas y bailes de la buena sociedad. La enfermedad es la tuberculosis y se cura en un sanatorio. En la Sierra de Guadarrama el Claramunt o en el del Moncayo el Poletti.
Los argumentos, por suerte, difieren. Si bien la ópera está presente en ambas novelas (aunque no es imprescindible en ninguna), como un hilo tenue que va tejiendo las historias, en la de S. Puértolas no hay un acontecimiento que desate tragedias, como la aparición del legionario de «La caja…». Sin embargo, hay amores secretos en las dos. Incluso prohibidos: entre primos allá, aquí entre cuñados en la segunda generación y entre primos también en la tercera. Hay en ellas una joven que espera con ansiedad la menstruación. Hay una monja de clausura en «Música…» y un monje cartujo en «La caja…». La descripción de las visitas es fiel a la realidad en ambos casos. Hay muerte y nacimientos, alegrías y disgustos, cariños y discusiones, despedidas y reencuentros.
Y es que el mundo de la ficción es limitado, y lo basamos en, como decía en mi sinopsis, «lo vivido, lo contado en una confidencia, lo encontrado en viejos periódicos». Las mismas fuentes, al fin y al cabo. La vida, tal como fue o, al menos, como nos la contaron.
Mi «Caja…», por cierto, aún anda en deconstrucción… y en busca de editor que quiera arriesgarse a una acusación de plagio, visto lo visto. Probablemente nunca llegará a publicarse y será difícil juzgar sus virtudes y defectos, no como en «Música de ópera», que, por méritos propios, tendrá un lugar privilegiado en cualquier buena biblioteca.