Querido Guillermo
Querido Guillermo, Willy del alma, viejo amigo:
En mi lecho de muerte te escribo por última vez. Sé que no me queda mucho; he oído gemir el viejo baúl donde se guardan las ropas de luto, abierto a bien seguro por mi hermana. Vayan pues mis últimas palabras para ti, compañero. Debo aclarar lo que en su día callé, pues si hay un Dios y un Cielo más allá de la muerte, no quiero que llegues y sufras tan gran desengaño. Tampoco pretenderé que rías con mi último chiste y tan sólo te pido que no me hagas esperar demasiado. El camino al más allá será agradable en tu compañía.
Sí, amigo William… ¿Cómo las setas venenosas se mezclarían con los champiñones del menú de aquel aciago día en el catering? Recuerdo el hospital, presa de horribles alucinaciones, y luego… “Los populares payasos Willy y Miguelón, interrogados tras la muerte de su compañera trapecista La Dulce Julia”.
¿Recuerdas, Guille? ¿No fue Jorge, El Domador Más Valiente De La Tierra, precisamente, quien nos comparó con Cervantes y Shakespeare? El payaso tonto de traje remendado y nariz colorada, el cómico: ése era yo, Miguelón. Y el Augusto de blanca faz y humor inteligente y dramático, tú, Willy. Miguel y William. Pero lo que Jorge no supo fue que los dos nos enamoramos como locos de su hija: Julia, La Más Dulce Trapecista Del Mundo. Ni que le escribíamos cartas de amor. Yo la bauticé Dulce Dulcinea; tú, Julia Capuleta.
Aquél mismo día supe que sus respuestas apasionadas eran idénticas para ambos. Decidí ocultártelo todo. Tú creíste que Julia te amó en secreto, y eso te ayudó a superar el dolor de la pérdida. Ahora, escucha lo que sucedió y descansa también en paz, viejo William.
Mi delicado estómago empezó a acusar el veneno de las setas y, confundiéndolo con una mala digestión, decidí echarme una siesta reparadora. Pero, antes de llegar a mi roulotte, escuché voces y risas. En las palabras de Julia se mezclaban nuestros nombres. Todo empezaba a ser alucinación. Podía ver su hermoso rostro mientras pronunciaba con mofa: “¡Guillermo y Miguel, pobres infelices!” El Terrible Mago De Los Conjuros Sorprendentes la estrechaba entre sus brazos.
La ira me dirigió hasta la caravana de Jorge El Domador, quien también debía sentir el efecto de la comida. No sé si me entendió, pero gritó el nombre de su hija y, furioso, la obligó a acompañarle a dar la pitanza a las fieras. Les seguí y, entonces, fue cuando lo vi: aquél no era el león favorito de Jorge; yo vi un auténtico Dragón Verde, con escamas hasta la punta del rabo y llamaradas en la boca, y grité: “¡¡Dios Santo!! ¡¡Un Espantoso Dragón!!”
Jorge miró hacia la jaula y, contagiado de mi locura, también lo vio. Buscó una de las lanzas de la actuación y entró en la jaula dispuesto a abatirlo.
Y sí, mi buen William: Fue entonces cuando tu Julieta, que no había probado las setas, se interpuso entre su padre y el león, un animal manso y cariñoso como pocos, pero llegó tarde. La lanza se hundía en el Corazón del Dragón, que se desplomó hacia delante clavando su garra en la garganta de mi Dulcinea. Al llegar tú y todos los demás atraídos por los gritos, ya nada pudiste hacer por ella.
Ahora mi alma descansa. Pocos secretos ha habido en mi vida… la vida simple, al fin y al cabo, de un Payaso De Circo. Porque el resto lo sabes: perdí la razón y, así, de mi mente febril surgían los relatos que me han permitido estar en el mejor sanatorio para nosotros, los locos, los payasos del mundo. Ahora, ya tan débil, mi única hermana me acompaña con ternura en la antigua casa familiar.
Tú pudiste convertir tu dolor en bellísimos cuentos infantiles: La Trapecista Prodigiosa, El Domador De Fieras, Los Payasos Más Tristes… Y las letras, Willy querido, te han permitido sobrellevar tu soledad frente al mar que tanto te gustaba.
Hasta pronto, Willy, amigo mío. Ya sabes que te espero sentado en la primera curva del camino, aquella desde la que empieza a escucharse la música del circo.
Miguelón
2º Premio III Concurso Literario La Puebla de Alfindén. Tema El Circo. 2009