Otro prólogo

Cuando M. Ángeles Centenero, a quien quiero y admiro desde hace lo que parece un millón de años, me pidió un prólogo para su «A Cervantes. Con miramientos» sentí una enorme responsabilidad, pero también un agradecimiento inmenso. Este fue el resultado de mi atrevimiento, que transcribo aquí para que podáis leerlo sin esfuerzo:
«Introduce la propia M. Ángeles Centenero su —¿libro, estudio, homenaje, juego…?— «A Cervantes. Con miramientos» con un prefacio que hace innecesario cualquier prólogo al uso. Sin embargo, ella misma me pide que lo escriba.
De la pasión que MAC siente por la obra de referencia, El Quijote, y por sus personajes, de su observación tan febril como feliz o del tiempo que dedica a la lectura y consulta de las obras que los estudian, he aprendido que si allá leemos «Yo sé quién soy», mis únicas palabras deberían ser otras mucho más y peor utilizadas, de Platón, sobre Sócrates: «Sólo sé que no sé nada».
Me limitaré, pues, a hablar brevemente de MAC, de su trabajo y su pasión, de sus versos, de su amor por la literatura desde la humildad en la que disfruta de una vida intensa y escondida. La que me ha dejado entrever entre fotografías de flores y comentarios de lo que la época en la que vivimos nos depara en sobresaltos. Quizá por eso congeniamos y, aunque sean malos tiempos para la poesía, ambas nos dejamos mecer por ella contra el viento: ella en su tramontana, yo con mi cierzo.
Hubo un lugar, como en los cuentos: hace mucho tiempo, en otra vida quizá y en otro mundo, coincidí con una persona que se hacía llamar Nuitya y que amaba los versos, las tierras de Castilla, el arte y la música. Y El Quijote y la vida. De ella aprendí que la amistad puede basarse en una correspondencia inagotable y fuimos descubriendo juntas que el oficio literario se apoya en un lector sincero y generoso. Desde nuestras diferencias lo fuimos, ora una, ora la otra, pero siempre atendiendo a este lema. Cuando recibí el precioso facsímil «Inéditos del Quijote», tan bellamente editado, me sentí dueña de un tesoro: sé que forma parte del acervo de la colección Benson en la Universidad de Austin, Texas, y que está en el Instituto Cervantes de Beirut (Líbano, esa herida abierta en el corazón de MAC).
El placer de conocer anticipadamente los nuevos versos que ahora acariciarán los ojos del lector no es fácil de describir: el asombro ante su sensibilidad para encarar una obra tan fuera de lugares comunes, de modas, de tendencias. Nuitya profundiza en el autor, lo vuelve personaje y lo pone a dialogar, ya en las primeras páginas de su —¿poemario, análisis, trasunto?— con aquellos que él creó. Juega con el autor, con el lector de entonces, con el futuro y con los personajes, desde un respeto y con un cariño que conmoverán hondamente a quien ceda y tome su mano, que promete introducirte en un mundo imaginado, imaginario —que no inventado—, quizá soñado —que no irreal—.
Vamos a transitar, como la Alicia de Durrel, por un País de las maravillas: tan pronto Cervantes como don Quijote nos explican quiénes son, el cómo, el cuándo y el porqué de su aventura. Aprenderemos cómo convivir con ellos y con el buen Sancho. Recorreremos tras ellos, entre romances, sus lugares y sus días. La admiración se adueña de nosotros, se hace sonrisa a ratos o gesto serio otros. No sé si sabremos responder a sus preguntas: ojalá aprendamos de lo que entre ellos hablan y nos inciten a volver a la Obra universal y a la vida de Cervantes, a compartir con MAC la inmensa pasión que transmite por ellos.

Gracias por regalarme este honor, mi querida Nuitya.